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Inspiración

Inspiración
Pepe Biondi

viernes, 28 de mayo de 2010

Monte Negro

Monte negro

Transcurría la noche sin luz de luna que acongojaba hasta a los murciélagos que los mantenía pasivos ante sus platillos de insectos y roedores.

Tempestuosa situación se acentuaba en las calles que sería eterna para cualquier transeúnte que osara recorrerla de un lado al otro la urbe porteña.

Pero ¿Por qué? No podíamos ver la luz de los enamorados que acontecían el fulgor del diurno agorero de la suerte.
Una activa pregunta que los foros cibernéticos huelgan en explicación aunque sea de modo superstición.
Configurando el pánico a una costumbre de los dictadores a sueldo.

En una de esas disolvente noche dos jóvenes con una patética modulación de sus partes
Néstor Olmos, que asomaba su calvicie tras un precario tejido que cubría la ventana – dijo, estarán borrachos –
Se arrimaban a los paredones de grandes bloques grises en dirección al sur, y certifico su presunción
– estos están borrachos pero ¡borrachos de miedo! Se dirigían al sur prohibido –

Atónito por lo que sus ojos todo registraban, tomo arrojo a pesar de sus piernas que se afirmaban en el sitio temblando como un gato después de una copiosa lluvia.
Al sereno posterior se arropo para la ocasión, todo de negro para el disimulo asedio de los carabineros, y provisto de algunos utensilios para la defensa corporal se asomo al zaguán, un largo pasillo que relevaba el status quo de los vivientes sin alegría
Y ante la ausencia de los vigilantes que se distraían mirando por la mirilla de la morbosidad, corrió lo más rápido que su salud le brindara al portón devenir.

La niebla había hecho lo suyo, empaño los cristales de los estáticos soplones confinados en las alturas.
Entonces camino envejecido, como la esquela que nunca llego al destino,
Tratando de alcanzar a los distantes que mantenían su rumbo a la corteza de esqueletos que moraban al otro lado del suburbio.

Cuando su voz iba a descargar el ronco sonido alertando a sus seguidos, estos advertidos de la sombra que los viejos faroles delataban, apuraron su paso y sin importar la escasez de sus respiros se echaron a correr.
Blandiendo entre sus manos pequeñas espigas que cortaban todo lo que entorpecía
Y no comprendió…

Por varios minutos ensayo la furia de los invulnerables que creía poseer y absorto de los silencios en el laberinto de las cinco esquinas pudo entender el mensaje de los rebeldes que ya se habían alejados a su vista.

“La curiosidad mata al hombre” un viejo refrán que se rumorea
Y la trampa lo pesco…
Lo desafiaban a salvar la vida, la única que no se recicla ni se reconquista.
Ahora las penas estaban sobre su espalda, el asechado era el, un nuevo bandolero tenía pedido de captura y unos cuantos creyentes se alistaban a la caza por la recompensa… la bendición vaticana.

Muchos siglos de opresión regulaban el aire de los deseos y tras un minucioso plan aplastarían sus suspiros

Entonces corrió, corrió y corrió – un mal consejero que favorecía a los devotos –
– Aterrado – fraguo su escudo y oculto su ataque como el mar tapa al viejo fiordo de los fríos – freno su escape y permaneció sobre su eje –
Cuando la luz reflejaba su frente lanzo su furia hacia los necrófagos, salto por sobre ellos, rodeo a los carroñeros captando su atención y con un fino y filoso cincel rodó las cabezas – ante el pavor de los cardenales que cobardes secundaban desde sus bunker – presagiaban su final, acertado indicio en manos de los jóvenes libertarios que animaban sus brazos a los horizontes terrenal de la resistencia fulgorosa.

Rubén Cruz
Mayo 2010

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